Del libro
Prosa de Juglar
¡Aaauaúaaa…! ¡Aaauaúaaa…!
Tarzán (Johnny Weismuller) es internado
en un manicomio por creerse Tarzán.
Su grito, que asusta a médicos y enfermeras,
no es el clarín con el que hacía su victoriosa
aparición en la pantalla. El grito a Tarzán no
le pertenece. Fue un collage de sonidos
confeccionado y patentado por la Warner
Brothers: decantaron en el laboratorio los
gruñidos de un cerdo y las notas de un tenor.
Tarzán en el sanatorio para artistas (retirados)
de Hollywood,
abatido y vencido por la camisa de fuerza
(él que encarnó la fuerza sin necesidad
de camisa).
Hoy casi a oscuras y ayer mimado por los
reflectores.
Tarzán víctima de una dolencia cardiaca
se toca el corazón y piensa en Jane.
Desamparado llama en su desesperación
a Chita
(entre sombras ve y besa a Chita como si fuera
su madre.
Chita se limpia la boca, hace morisquetas
y dando volatines desaparece),
llama a Chita para que lleve un recado
pidiéndole ayuda a Jane.
Pero Chita no podrá acudir. Chita no existió
en la vida real.
(Eran ocho monas chimpancé, ocho monas
que parieron su estampa cinematográfica).
Y Jane,
la bella silvestre de los níveos brazos,
ya no lucirá más su silueta junto a Tarzán,
porque Jane ya no filma. Hace mucho tiempo
que se le venció el contrato con la Warner: las
piernas de Jane ya no están todo lo tersas que
uno quisiera para hacerlas figurar en el
reparto.
(Ah, Jane, paraíso perdido, divino tesoro,
ya te vas (para no volver),
cuando quiero llorar
pienso en ti, mi dulce Jane.
Cuánto hubiera dado por tenerte en
mis brazos,
por confesarte mi amor: Yo querer mucho
a Jane.
Silencio insensato que guarde por culpa de mi
testaruda timidez.
por culpa de los barritos de mi precoz
adolescencia.
Ah, Jane, ya no adoro tus senos besados
por las lianas.
Tus senos asediados al centímetro por flechas
y lanzas.
Ya no adoro tu rostro
que el tiempo implacable ha ido modelando
a su capricho.
Tu rostro que acaricié con ternura (a
escondidas del público) en todas las carteleras.
Que no me digan nunca que te quitaste
el maquillaje.
Que no me enseñen nunca tus cabellos de
desfalleciente plata.
Para mi tú serás siempre la linda muchacha
que yo amé matalascallando,
que yo ayudé a inventar con mis ensueños en
los destartalados cines de mi barrio, mi
inolvidable Jane).
En su cuarto Tarzán da vueltas como un
condenado y en su rayado papel de loco
repara en el espejo del lavabo y quisiera
lanzarse.
Tarzán varias veces campeón olímpico
de natación.
Amor, juventud y dinero, la veleidosa gloria:
todo desde el trampolín se le fue al agua.
Todo se lo devoraron con veracidad las fieras.
Entre paredes pálidas que su insomnio decora
de enredaderas
por sentirse libre (al final de la película) se
aferra a sus sueños:
se sueña sobre el lomo de sus elefantes y
sonríe.
Se sueña venciendo a sus repujados
cocodrilos de cartón.
Ve acercarse a sus leones de felpa (pura
melena) y Tarzñan siente miedo
y tiembla y grita como un desventurado niño
de pecho:
¡Aaauaúaaa…! ¡Aaauaúaaa…!
Pobre Tarzán indefenso y desnudo,
descolgado del ecran por inservible,
loco, completamente solo entre los locos,
aullando perdido en su paraíso perdido,
sin Jane, sin Chita, sin fuerzas, sin grito,
solo con su soledad y sus taparrabos.
A Mario Benedetti