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Por igual el sombrero de mi padre
saludó al magistrado,
al talabartero,
al coronel de policía
y al remienda-zapatos.

El cerrajero, el verdulero,
el afilador de cuchillos,
el vendedor de pan,
el peón de las haciendas,
a su paso o a la distancia,
deteniéndose, lo saludaban,
y él respondía sacándose el sombrero.

El doctor Corcuera en su despacho de juez,
en su sillón de Vocal de la Corte,
siempre un hombre sencillo,
amable en el trato, justo en la sentencia.

El mismo peso del sombrero
en cada plato de la balanza.
Nunca se cubrió el rostro
ni se manchó las manos
ni le mezquinó una palabra
cordial al condenado.

Mi niñez y mi adolescencia
lo recuerdan en estos años
que me acerco a su edad.

En su ciudad natal
lleva una calle su nombre,
y el hombre del pueblo,
al descubrir su placa,
se saca el sombrero.