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Ataviada de aretes
y collares,
aparece, triunfal, tía Victoria.
Ella pasa por los años
sin que se atreva a lastimarla el tiempo.
Por ella no pasan los años,
han aprendido a respetarla.

¡No podemos tardar,
nos espera con la mesa tendida!

Ella sabe que la llamamos madre
cuando le decimos tía ¡Victoria!
¡Cuánta Victoria en una sola tía!

En un confín de duelos y quebrantos,
qué dichosa se siente la familia
celebrando su única Victoria.

Nada.
ni el asedio perverso de las sombras
pudo doblegar tu juventud,
incólume, permaneció tu rostro
que no pudieron mancillar los dedos
huesudos y amarillos de la muerte.

Permaneciste hermosa y sabia
hasta el final de las horas difíciles,
después de haber cumplido un siglo,
que no es poco,
en este planeta que se deteriora.

Que soledad la del sillón vacío, la del pastel
humeando en la cocina, pálido.
Ya nunca más, la mesa puesta
tendrá el mismo sabor
ni podrán curar los guisos el desgano del paladar.

Te ha de llorar la luna, tan lívida
tan noche.
Te ha de llorar el mar.

 

Tu mar de Salaverry
que en agua convertiste la sal amarga.

Qué manera de transformar en hijos
la cordillera de nietos, biznietos y sobrinos.
No sé como pudo tanto amor caber en tu corazón,
en qué pecho ahora se acurrucará la pena,
qué vaso de agua calmará nuestra sed.

Con los ojos cerrados, desde tan lejos
amparándonos,
continuarás velando nuestros pasos,
colmándonos de buenas vibraciones la vida.

Mas que tía, fuiste Mamá Victoria.
Victoria de la armonía, Victoria de la belleza,
Victoria de la generosidad.

Fuiste para nosotros la salud, el aire, el sol,
sembraste bondades y semillas en tus macetas,
Madre Suero, Madre Oxígeno, Madre Transfusión
de energía en nuestros cuerpos débiles.
Hasta que un día oscuro y frío,
desairando la lentitud de Alerta Médica,
te subiste al tren que moraba en tus sueños
y enrumbaste a la luz, vencedora de la muerte.