Hoy, día de mis funerales,
les dejo a todos, equitativamente, mi cuerpo injuriado por los
años,
los vientos y los pájaros.
A Rosi, mi mujer, le dejo mis labios, besados por la muerte, esa
desconocida.
A los hijos, mis ojos (nunca cerrados ni cuando sueñan).
Mis patas de gallo, a la muchacha que me observa taciturna y ya
no espera, en la noche de su corazón de una madrugada. Para ella
también mi pelo blanco.
El gesto menos rígido, a mis hermanos.
Mis pulmones, que no probaron cigarillo, a quien le hiciera falta
un poco de oxígeno.
Mi apretón de manos al forastero que a menudo tocó mi puerta.
Partículas de estrellas mis testículos y mis genes, al espacio sideral.
Mis piernas flacas, a los caminos que conducen
a las nubes o a los cipreses.
Mis tobillos, al oscuro andarín de la noche.
El rubor de mi palidez, a los crepúsculos.
Al grillo, mis cuerdas de juglar.
Mi capa, a los murciélagos.
Mi memoria, al mar.
Al muelle de Salaverry, mi pañuelo de adiós; me voy con las
gaviotas detrás de los barcos.
Mis delirios, al viento de Chillán y su Antología de Aire.
El madero vacío, a los gusanos (siento decirles que se quedarán
sin cena).
A los amigos, mi última broma; no les dejo nada.
Les dejo todo: el encargo de incinerarme.