Mi casa está llena de fantasmas,
esas sábanas con las que duermo,
esas páginas en blanco sobre las que escribo,
luna que se convierte en pez y se baña en las aguas plateadas
de la fuente,
luz que se evapora hasta volverse cisne;
las paredes de cal escuchan todo con sus oídos tarrajeados y
pálidos;
los fantasmas son los nardos del jardín, las níveas rosas
que aguardan en los altares, con atuendo de novia, como si ellas
se fuesen a casar;
la niebla que deambula y se desvanece al amanecer;
las nubes errantes que se posan en la cima de los cerros
y huyen con el viento como corderos asustados;
los fantasmas vienen desde muy lejos, se fatigan con facilidad;
hacen ruidos, a veces dejan oír sus pasos y sus quejumbres;
abren puertas, cierran ventanas, hacen rechinar cigarras y
cerrojos;
asumen formas que el ojo no ve y expanden un frío que las
manos perciben en una brisa helada;
para ver a los fantasmas me froto los ojos con legañas de perro;
fantasmas son las monjas de caridad, con hábitos translúcidos y
tocas almidonadas y sin mácula, entran ellas sin tocar la
campanilla,
los fantasmas son seres tristes, huidizos,
se acurrucan en los cuartos oscuros, en la mansión cerrada,
castillos abandonados, viejas casonas, parajes desiertos;
son ariscos y tienen miedo,
son transparentes casi como los ángeles,
atraviesan los muros,
poseen mil disfraces: el lechero que pasa con su cántaro al
hombro es un fantasma
el loco del barrio que se cree pájaro y agita los brazos como
alas es también un fantasma: duerme en la copa de los
árboles, cuando no encuentra a Dios conversa con el diablo,
al que increpa, le jala el rabo y le lima los cuernos, sólo él se
atreve;
el pájaro cucú es un fantasma oculto en el reloj, pregona que
se nos va la vida: Tiempo Tiempo Tiempo Tiempo;
fantasma es el cartero que pasa arrastrando su fardo de calles y
nostalgias, lleva cartas sin remitente y sin destinatario;los evangelistas con su maletín negro y sus caras de palo;
aquel desconocido que nos pregunta la hora y al alejarse no
dejan huellas sus pisadas;
es el jardinero de barba de hierba encanecida, al que vemos
salir sin haberlo visto entrar;
los fantasmas se alimentan de aire,
de espárragos, de algodones de azúcar y palomitas de maíz,
se empolvan la cara con harina de trigo,
no piden ni reclaman nada,
se conforman con mendrugos de nieve para frotarse los labios;
a veces borran mis poemas del ordenador (críticos implacables)
y yo culpo a este aparatito de Dios o del demonio;
con ellos convivo, me tropiezo, conversamos abatidos en
noches solitarias.
En mi casa hay un fantasma huraño que mora en el espejo
y asoma cuando yo me acerco, él sueña que Eros, el de las
manos ardientes, no el frío Tánatos, le ordenará los cabellos
canos y le besará la frente el día que quede en el lecho
dormido para siempre, registrándose como uno más en el
gremio de los fantasmas.