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De la chimenea de una cocina antigua aparece el diablo
echa óxido y humo por pelos y oídos,
sus ojos son brazas sazonadas en el infierno;
le alza, el condenado blasfemo, la mano a Dios;
sus cuernos tenebrosos no cesan de procrear tormentas,
habla el mismo idioma de ajos, truenos, rayos y cebollas;
mete la cola en todas partes, desencadena entuertos,
con trinches persigue a los chanchitos de tierra,
marchita las azucenas con tufo de aguardiente,
pinta de negro las hornillas, derrama la sal,
en el caldo servido echa bocanadas de azufre;
a mares hace llorar a la cebolla, enfurece al ají,
le saca filo a la espina oculta en el pescado,
sobre el mantel vuelca el aceite hirviendo,
mantiene en el plato de sopa el puchero caliente,
intenta achicharrar la boca de los ángeles;
después, por la noche, en su aposento en llamas,
llora tan humano, contrito y triste, y se arrepiente.