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(Colofón a Noé delirante)

Del libro
A bordo del arca

Aquí encalla el Arca de Noé delirante.
Un descanso en paz merezco después del diluvio y de la blanca
palomica que al Arca con el ramo se ha tornado.
No quiere decir que llegué al fin de la travesía.
Mañana quizás enchape vigas nuevas y suban otros
pasajeros.
Remando y martillando cumplo en este trajinar tres
décadas.
Podría haberlas dedicado a menesteres más rentables de
haber escuchado malos consejos de buenos amigos.
Mirándome al espejo me examino y entre mi repito:
¡Ya viene el cortejo! ¡Ya viene el cortejo!
¡Ya se oyen los claros clarines de mis patas de gallo, a las que
recomiendo no adelantarse a cantar victoria!

Este libro reverdeció de canas mi cabeza (no cesa la Luna
de llorar sobre mis cabellos) y sorprendo al invierno con
sus perlas acicalando al jazmín.
Mi pelo blanco enfatiza el negro de mis cejas (y viceversa).
Personifico un Narciso otoñal gozando como loco en
fuente de plata.
Doy por terminado Noé delirante a los cincuentaitantos (tontos)
años de mi edad.
Yo el menos santo de los varones enclaustrados en Santa Inés,
musito mis versículos, barriendo el patio gano indulgencias.

Lavo platos con brillante estilo (mejor que cuando prosa el juglar),
podo la parra, manguereo el jardín. Al palto trepo y lo convierto
en púlpito de mis églogas.
A diario confundido con los árboles terminaré aprendiendo el idioma
de los pájaros.

Soy gusano y colibrí. Sumergido tierra adentro me siento levitar.
No acaban, ninfas, de interrogar mis asombros:

¿Qué sintonizará el caracol que ha puesto antenas en su casa?
¿Por la noche los zancudos pican a las amapolas?
¿Tiene instante de ternura – jugando con sus cachorros – el huracán?
¿Si la piedra se perfila y recibe lecciones del águila aprenderá a volar?

(Murió mi perro Majo. Lo sembramos bajo la higuera.
Su sombra fiel seguirá endulzándonos los años que nos quedan.

Ensangrentada se desvanece, ay, en su dolor la rosa.
Ebria la parra llora descorchando sus lágrimas de vino
tinto.
El viento del bambú con la pena de sus quenas lo recuerda.
Recién destilas tu amargor, abeja.
Gatos que Majo magulló, perdonadlo).

Jubilado del trabajo ahora es cuando más trabajo, acabo el día hecho
trapo con la lengua fuera (mi corbata de seda natural). Velo por
mi mantenencia y de los míos y de mi casa, en la que me distraigo
asustando a los fantasmas.

Yo mismo seré un fantasma errante si acaso no lo soy ya.
¿Existo realmente? Sueño que existo, ¿existo? ¿y si existe nada mas
que sueño?
Quizá yo apenas sea el despertar de un sueño que para siempre de los
jamases se quedó dormido.
¿Materia de estrella? ¿Humus de un leño apagado? ¿Ánima
solitaria deambulando en la Tierra?
Si la vida es sueño, sueño (y no es ningún sueño) que se me va la
vida. ¿Muero para volver a soñar?
¿Morir es despertar, es otra vez nacer o es acabar? ¿Qué nada fui
antes de que naciera? ¿Qué vacío habitaba? ¿En la Nada tenía
rostro? ¿Volveré a tener rostro el que tuve en la Nada?

Simple, liso y sobrio, bien dispuesto en el tramo final me sea dado el
madero del arca. En sus venas abiertas deseo sentir el rumoreo
del campo.

Nada de luces ni de adornos. Paz para mis fijos ojos ciegos.
Una sola rosa ansío junto a mí. (me recordará el amor y la belleza de
la vida).
Como el otoño abandonaré al viento una tarde estas hojas.
Partiré con mis recuerdos y mis olvidos.
Nada me podrá quitar el sueño del viaje desconocido.

Me arropo con mis pesadillas en las malhadadas noches de insomnio.
En duermevela para relajarme ingiero una pastillita de Alpaz
de 0.50 mg. ¡Me llegó la modernidad!
Releo y me contagio del ardor de añejos infolios que no envejecen, y
leo cuando puedo comprar un libro.

Hago el amor que siempre puedo (siempre que puedo) en todas
sus formas: escribiendo de tal laya que me entiendan hasta
las mariposas (me sé de paporreta su silabario multicolor),
arrancando la hierba mala y los abrojos del camino.
Me transmuto en tonto útil (la libélula vaga de una vaga ilusión):
enseñándole a ser pata al enemigo, amándolo a traición, ungido
de uno los mandamientos de Vallejo.
Destrabo la lengua y digo mi homilía sobre la libertad.
¡Qué no me vengan a mí con estatuas! ¡Pura pinta!
Descorrer el misterio de un libro de par en par abierto,
como un gran amor en el lecho aguardándonos;
rendirnos ante una orquídea lila que aletea recién desprendida del cielo;
deslumbrarnos frente a un atleta que atrapa de un salto a la Luna (si
la luna no existiera la inventaría el delirio de los enamorados) es
imprescindible para el ejercicio de la libertad.

Libertad es irradiar salud en su doble sentido espirituoso, es
expresarnos aun con la boca cerrada en la que no entran moscas
(en estos tiempos ni los frejoles).

Leer un buen periódico de cualquier color, menos el amarillo. Para
amarillos, los canarios. (Abrí la jaula y huyó el último trino
del canario muerto. ¡Vuelve, infancia, vuelve pequeña mía que
jamás te has ido. Infancia mía y triste no dejes nunca de llorar,
desempolvad tu música).
Tener una moneda para el micro o el billete para un viaje de bodas,
un queso con su choclo, un vaso de vino impaciente sobre la mesa
y la familia en tranquilidad, es lo mínimo que un hombre requiere
para sentirse libre.

Delirio de libertad es el delirio de Noé. Todo tiende a tener alas o a soñar
(es lo mismo). Cuando digo libertad sé perfectamente bien lo que digo.

Que no fracasen en llamarme por teléfono los amigos. Sin aviso
previo vengan a visitarme.

Convivo con los gnomos. Aquí no se quita la capa ni para dormir el
murciélago. ¡Entre los trasgos maravillosos no eres hasta hoy mi
huésped, oh Hada Cibernética!

Me mezquinas fax, celular, beeper, computadora, VHS, cocina a
microonda. No tengo ni timbre.
En esta economía de mercado, como Diógenes en las ferias,
me paseo fisgoneando todo lo que no necesito.
Necesito oxígeno, Sol, gaviotas, un sorbo de aire de mar.
Huyendo de la marea negra mi corazón es un polluelo de albatros
asilado y aclimatado al pie de una montaña.
No, los cóndores no son aves, son astros. De sus alas nace
huracanado el viento.
No los pálidos cisnes esculpidos por la niebla.
¡Me friegan las ánforas!
Me friega no verlas transfigurarse en piñatas, atiborrarse de
hortalizas, lentejas, tarros de leches, ciruelas, piernas de pollo,
helados, roponcitos, libros, discos con canciones de cuna y
de jazz: las sombras de Louis y Neil Armstrong inundando de
claridad el planeta.

Parcos y compendiosos versos de corto bordado son los de mi Noé.
¡Elogios varios que numerosos fueron, no los recuerdo!
Guarda la memoria mía sólo los juicios adversos que me enseñaron a
no dormirme en mis laureles.
Cierro este libro sin vencer ni ser vencido en esta mi Guerra de los
Treinta Años con la página en blanco – estepa solitaria por la que
anduve, ¡ay de mí!, sólo, sonámbulo y delirante –, yo, Noé, el
menos justo y perfecto de los mortales.

A Ignacio Prado Pastor