(Puerto Montt, 1981) poeta y fundador de la banda Sendero Sonoro.
Junto a la bailarina Carolina Contreras, crea la compañía Reverso: discursos en movimiento, generando obras y programación cultural en el sur de Chile.
De Oscar Petrel
(Publicado en Revista Mocha, Concepción-Chile, Julio, 2014)
I
Me acuerdo que el año 2007 invitaron al poeta Arturo Corcuera a la Universidad de Concepción. En ese entonces yo estudiaba Pedagogía en español y me sentía completamente conectado con los espíritus de la poesía universal. Pensaba que toda mi escritura inédita era indudablemente la mejor de Latinoamérica. Por supuesto que lo mío era más bien de carácter alucinatorio, secuelas de vinos malos, cerveza donde la Tita y mucha falta de lectura. Eso me lo enseñó Arturo Corcuera cuando me dejó sangrando.
II
Cuando supe de la visita del maestro peruano, cuando leí su impecable trayectoria y certera poesía, me dieron ganas de conocerlo. No era difícil dar con su paradero. Estaba seguro que el escritor estaría hospedado en el mismo hotel donde siempre se hospedaban los invitados importantes de la Universidad. Entonces agarré mis poemas y fui a buscarlo.
III
En la recepción del hotel pregunté sin vacilar por el poeta Arturo Corcuera. Y le achunté porque Arturo estaba allí. El recepcionista lo llamó por teléfono a su habitación. El poeta preguntó al recepcionista quién era yo. Dije: dígale que lo busca el mejor poeta de la Universidad de Concepción y que vine a desafiarlo a un duelo poético. El recepcionista repitió la información con cara de martillo. Luego Arturo le dijo al recesionista que me preguntara de qué se trataba el duelo y cuáles eran las condiciones. Entonces le expliqué al recesionista que era un duelo fácil; yo leía un poema, luego él tenía que leer otro y así hasta que uno de los dos muera. El recepcionista, que ya había cachado que todo lo del duelo era medio simbólico, no tuvo más opción que repetir mis disparates con cara de puño. Luego colgó y me dijo: sube, te está esperando.
IV
Arturo me hizo pasar y sin darme tiempo ni de presentarme me pidió que dispare primero. Entonces saqué de mi morral un turro de papeles tamaño carta arrugados, manchados con vino, ordinarios y torpes, y le leí mi mejor poema inédito, ese que yo pensaba que era de corte internacional. Ocurrió lo que tenía que pasar; a Arturo Corcuera no se le movió ni un pelo. Entonces él buscó un poema entre sus bellos libros editados, con toda calma, y me leyó poesía de verdad. Recuerdo un poema sutil, preciso y lento. El poema sonaba como un piano nostálgico y por eso yo quedé peinado para atrás. Caí herido de gravedad. En una especie de acto de valentía y desesperación a la chilena, saqué otro poema y se lo disparé. Fue como un sonido al aire; más que bala, cohetón chino. Y el maestro, por compasión y para rematarme, sabiendo que sangraba, me leyó dos poemas al hilo, a quemarropa. Y morí.
V
Me vi en la obligación de resucitar inmediatamente. Al maestro le gustó mi desafío. Conversamos un rato y luego nos fuimos caminando a la Universidad por la diagonal. Así fue cómo conocí a Arturo Corcuera y comprobé que él era un verdadero maestro de la poesía peruana. En el camino me contó una historia, una tremenda historia que pudo ser pero no fue. Es en realidad la historia que aquí quiero contar.
VI
Arturo Corcuera era amigo de Víctor Jara. Lo quiero volver a repetir para que se entienda: Arturo Corcuera era amigo de Víctor Jara. De esa relación de amistad nos fuimos hablando por la diagonal. Arturo me contó que a días del golpe militar del 73 el cantautor lo llamó por teléfono a Perú para hacerle una pregunta difícil: ¿viajo o no viajo?.
VII
Víctor Jara recibió una invitación para cantar en un concierto en Nicaragua. Víctor Jara dudaba de la invitación ya que no sabía si era real o si era una encerrona preparada por los militares. La idea lo desesperaba. En Chile se vislumbraba el desastre por todos lados. La sospecha aumentaba por la premura del viaje; debía partir cuanto antes rumbo al extranjero. Por eso decidió llamar a Arturo Corcuera, su amigo, para ver qué opinaba él desde afuera, si tenía alguna información del concierto ese, si conocía a los organizadores o si podía averiguar algo, si él le aconsejaba o no salir del país, ¿una invitación real?, ¿una trampa?.
VIII
Arturo Corcuera me contó que cuando habló por teléfono con Víctor Jara no supo qué decirle, básicamente porque Arturo Corcuera no tenía idea del concierto en Nicaragua, ni menos de las magnitudes del problema de Chile. Fue la última vez que hablaron.
IX
Como se sabe, Víctor Jara se fue a la Universidad Técnica del Estado. Había un acto muy importante. Se inauguraba una exposición que se llamaba “Por la vida siempre” en rechazo al Golpe de Estado. Osiel Núñez, presidente de la federación de estudiantes, recuerda que en la misma Universidad se fueron enterando de todo: el bombardeo a La Moneda y la posterior muerte de Salvador Allende. Y luego los militares cercaron la Universidad. La Universidad y el toque de queda. El 12 de septiembre de 1973, a comienzos de la tarde, se llevan a Víctor al Estadio Nacional. Culatazos, dolor, espera. En algún momento Víctor Jara queda solo en un pasillo. Hugo González se le acerca. Víctor le pide a Hugo el favor de llevarle las llaves de su renoleta a su querida Joan. Le dicta el número de su teléfono. Las llaves son la metáfora, una última carta de despedida.
X
Con los años Arturo Corcuera se dio cuenta del significado real de esa llamada que él no supo responder. Víctor Jara ya sentía a la mismísima muerte pisándole los talones. Nada más no se sabía por dónde aparecería. Como le pasó a Federico García Lorca, quién tuvo una premonición de su asesinato. Finalizó Arturo, mientras caminábamos por la diagonal.
XI
Lo que no se sabe, o lo que yo no sabía, era que Víctor Jara había recibido una invitación para salir al extranjero durante esos días complejos que antecedieron al Golpe de Estado. En algún momento Víctor Jara debió tomar una difícil decisión: o armar un bolso para salir del país, o simplemente quedarse.
XII
¿Y si Víctor Jara hubiese viajado?, ¿Y si el concierto era una invitación real de esas que reciben los músicos de vez en cuando?, ¿ Y si hubiese partido a Nicaragua. Yo imagino a Víctor pensando y pensando, septiembre de 1973. Horas de la mañana. Medio abrazado a su guitarra, mirando para afuera, después de haber hablado por teléfono con Arturo Corcuera, algo nervioso, con el espinazo inquieto, fumando a medias, aspirando largo, preparándose un café o un mate, de allá para acá, pensando una y otra vez en la invitación a Nicaragua. Atento a la radio sonando en la cocina, pensando en la urgencia de Chile. Pensando en la patria, en Salvador Allende. Creyendo todavía en la humanidad, a pesar de la evidencia y el mundo cayéndose a pedazos. La convicción absoluta de permanecer en tu lugar de trabajo. Tal vez reunirse con los demás, telefonear para saber si va lo del acto. Apoyar con el canto a los estudiantes de la Universidad Técnica del Estado. Nicaragua puede esperar. Hay situaciones más urgentes. Jamás cantar por cantar.